Tuesday, February 8, 2011

Hombres de armas


Hombres de armas
por el Lcdo. Oscar Acarón


Desde mucho antes que mi mejor recuerdo Papá siempre fue mi abuelo, Oscar Acarón Mayens, un hombre de apenas unos cinco pies de estatura, con la velocidad de un ciclón y hábil tertuliante. Las palabras fluían de su boca con la misma facilidad que el manantial fluye de la piedra, así que no pregunten por qué hablo tanto. Todavía le echo de menos porque con toda certeza no tuve la madurez para aprovechar al máximo su sapiencia. En aquellas cosas en que le llevé la contraria, tarde me di cuenta en que no tuve la razón. Murió en el 1995 y quedaron controversias por resolver entre él y yo. La relación entre mi padre y yo era distinta; Oscalín siempre fue mi amigo y en ocasiones mi compinche. No se trata de que no amara a mi abuelo, es que nuestro amor era controversial. Le fascinaban las buenas bestias, era un jinete extraordinario. Además se regocijaba de una buena pelea de gallos y siempre tuvo armas. Portó un revólver Harrington & Richarson niquelado durante tanto tiempo que el lado izquierdo del arma había perdido todo el níquel y se encontraba seriamente oxidado por la sal del sudor. Era más republicano que Reagan, estadista, del 51. Entre sus mejores amigos su cuñado Juan Gení Sepúlveda Sosa quien lo llamaba por el sobrenombre de Ciclón. Tío Gení era popular, de derecha, pro-americano y como cuestión muy particular amigo íntimo de Don Luis Muñoz Marín. Cuando Don Luis se allegaba a Cabo Rojo pernoctaba en la casa de Tío. No recuerdo por cuánto tiempo fue el recaudador de patentes municipales de Cabo Rojo y créanme que no había patente que él no fuera a cobrar personalmente. Todos los comerciantes eran sus amigos. Yo tengo la idea de que a Tío lo conocían hasta los perros. También sentía fascinación por los gallos y recuerdo bien su arma favorita, un Colt Police Positive de tres pulgadas de cañón en .32 S&W. Parecía una miniatura, definitivamente una obra de arte y muy bien cuidado. Dentro del grupo de amistades de Papá también estaba Tío Enrique Pabón, quien estaba casado con Tía Candita, hermana de Tío Gení. Tío Enrique era un fanático de los gallos buenos, los traía de Jerez de La Frontera, España. Fue durante tantos años como no recuerdo el ingeniero químico de la Central Eureka, en Hormigueros donde su preocupación era refinar azúcar de caña. Siempre tuvo armas. Amigo de Tío Enrique, me veo obligado a mencionar al más parrandero y aventurero de todos, la leyenda, un pirata de los tiempos modernos, René Comas, mejor conocido por Mameye. Mameye en un momento de su vida tuvo los mejores gallos del mundo. Era algo así como un comerciante en productos del mar. Tenía amistades en todas partes de la isla y entre ellos a Don Jesús T. Piñero, primer gobernador puertorriqueño. Fue ávido cazador y siempre tuvo armas. Todos eran hombres de armas, todos eran patriarcas, puntales de familias que se movían como familias. Proveedores incansables, personas responsables y de una sola palabra. Eran hombres buenos, confiables. Curiosamente, para encontrar esa calidad hoy en día tenemos que entrar a un club de tiro. Si hacemos una estadística nos vamos a encontrar que en un cien por ciento, la matrícula de los clubes de tiro, son personas cabales, responsables, preocupados por la seguridad de sus familias, proveedores, trabajadores, los cuales su poco tiempo libre lo dedican a practicar la disciplina del tiro. Esa clase no la van a encontrar en una cancha de baloncesto, ni en un parque de pelota, ni en un pub. Hoy en día no podemos dejar solos a nuestros hijos en ninguna cancha porque no hay forma de asegurar el que algún rastrero se les acerque con una propuesta comercial de drogas. No me lo tomen a mal, TODOS LOS DEPORTES SON BUENOS, pero he visto mas yerba y drogas en una cancha que en cualquier otro sitio. Un día en particular en la cancha de baloncesto de Moca, me cruzo de salida con una persona conocida del pueblo quien traía la cara más empolvada que una mayorca y le digo “Límpiate la cara que la tienes llena de polvo blanco”. Muy nervioso y preocupado retornó a verse en el espejo de los baños y luego de sacudirse la cara me dice: “Oscar, no vayas a creer que es perico”. “No te preocupes le dije”. El muy corneta tenía tal vicio de caspa del diablo que tenia ulcerado el tabique de la nariz y cuando va de salida le digo “Ahora límpiate la sangre, estas sangrando por la nariz”. Cuando era un chamaco iba a ver los juegos de baloncesto de 2da. Categoría a una cancha de mi pueblo. Había que pararse en una esquina de la cancha donde el viento diera por la espalda, porque de lo contrario el humo de estopa producía distorsión neurológica. En el parque de pelota había una esquinita de las gradas que el piso estaba cubierto de papelitos de celofán con estrellitas y sapitos, y duendecitos, y toritos, y centauros, y, y, y, y, y,...Cualquiera deja a sus hijos solos en una cancha, pero el nene de Toña no. Sin embargo no he visto mayorcas, digo, empolvados en los clubes de tiro, tampoco necesito usar una máscara para no generar distorsión cerebral, ni encuentro en el suelo papelitos multicolores con diseños llamativos. En los clubes de tiro hay hombres y mujeres de armas. Mis hijos, mi familia, mis amigos y yo, estamos seguros…

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