Tuesday, February 8, 2011

Mercenarios



Mercenarios
por el Lcdo. Oscar Acarón

Por allá para el 1987 teníamos en el gallerín una traba de gallos que metía miedo. Había un grupo de ellos que eran tan buenos que se habían ganado el mote de La Fuerza de Choque. Hubo alguna que otra vez que nos dieron una tunda en un domingo y la decisión era fácil. La Fuerza de Choque tenía que salir a bailar. Procedía salir a buscar los chavitos que nos habían quitado. No es que los condenados pájaros fueran espectaculares, es que hacían el trabajo rápido, sin susto, eficientemente. Lo que obviamente era bueno para el bolsillo y también para el corazón. Esta cosa de las peleas de gallos no es apta para cardiacos, aunque la vida que he llevado tampoco ha sido precisamente un remanso de tranquilidad. He tenido mi generosa cantidad de emociones y a pesar de que en más de una vez se me han pelado las narices, en el balance, sería un ingrato con El Padre de todos los hombres si dijera que no he vivido cada minuto como si fuera el último. Un día llegamos a la gallera Oscalín (el viejo) y yo. Nos estaban esperando unos ilustres lajeños capitaneando un gallo rubio el cual cuidaba un gallero llamado Mercenario. Por nuestra parte cargábamos en la mochila uno de los de la Fuerza de Choque. Era un gallo camagüey que peleaba con sus propias espuelas al que nosotros le llamábamos el Cojo. Pulgada y cinco dieciséis, dos agujas que al más guapo le metían miedo, tres libras y quince onzas de peso. ¿Qué rayos podía pasar? Pues que el Mercenario y el Cojo salieron a bailar. Ese día se me pasó la manita en el juego y nos fuimos a cuatro cifras. Ya los gallos en el redondel y trabadas las apuestas el Juez de valla los suelta y al nuestro le dieron un pescozón en un oído que lo zumbaron de línea a la tercera fila. Lo traen al redondel y cae como una tromba marina, lleva de chiva al Mercenario, le ha dao’ mas tajos que los que un tablajero le puede dar a una res en el matadero. El de Mercenario tira de nuevo y acostó al Cojo en el piso de un planazo. A mí me dio este único dolor de cabeza, que me fui sentando bien lentamente, cuando oigo a Oscalín que me dice: “Nene, vete y levántalo”. Los segundos van corriendo y faltaban unos veinte de la cuenta para que el Juez lo declarara perdido. Sintiendo que mi bolsillo ya estaba casi de capilla ardiente le digo: “Muerto y perdido es lo mismo, ¿y si se levanta? Déjalo que lo atrape la cuenta”. Mas tardó mi padre en decir “No creo” que el muy jodón en levantarse y fajarse pa’ encima del Mercenario como un tigre. En menos de treinta segundos lo hizo polvo. El cantito más grande que sobró lo podía cargar una hormiga. ¡Qué condenado gallo bueno y guapo! Además de que mi bolsillo resucitó. Aprendí grandes cosas de estos gladiadores emplumados y entre las mejores lecciones, la de que uno nunca se rinde. Aun con las rodillas en el piso y en los esténtores de la muerte no nos podemos negar salir al combate. Mejor que el Ángel de la Muerte nos recoja antes de claudicar. Todos los días es una nueva batalla, a la que aunque estemos arrastrándonos del cansancio tenemos que enfrentar. Hoy nos enfrentamos con la arrogancia del ignorante, del abusador por naturaleza, al que no cuestiona si lo que hace está bien o mal, al que embiste con los ojos cerrados, a nombre de la “autoridad”, sin importarle a quien se lleva de frente. ¡Con lo que contamos! ¿Cómo es posible que les hayamos dado tanto poder a estos inconscientes y mezquinos mercenarios? ¿Cómo es posible que tengamos dirigentes que se hagan los ciegos y permitan que estos abusadores a sueldo campeen por su respeto pisoteando la dignidad de la gente buena que puede dar un mejor ejemplo y salvar este país? Hoy pude ver como se aunaron los esfuerzos de muchos gallos finos dándome apoyo, ayuda, consejos y guardándome la espalda del ataque traicionero de los detractores de la libertad y la felicidad del hombre. En los ojos de esos ejemplares castaos’ está reflejada la buena voluntad que se necesita para echar a nuestra gente adelante. Qué pena tan grande siento el que no podamos avanzar a más velocidad de tal manera que podamos atropellar a estos pichones de tirano, cobardes, manilos, abusadores, mercenarios, pagos por nosotros mismos para que hagan y deshagan. Cada batalla duele más, porque más abochorna la manera tan cochina en que estos juanetes pretenden dirigir nuestros destinos. Y lo peor es que creen que lo están haciendo bien. Hagan como el Cojo, levántense para tirar la del gane. No se duerman, que un día van a abrir los ojos y se van a encontrar en las tinieblas. El Cojo murió orgulloso, invicto, en su último cantío a la luz del día, y con el recuerdo de un mercenario vencido bajo sus espuelas.

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