Thursday, March 24, 2011

Animal de ciénaga


Animal de ciénaga
Lcdo. Oscar Acarón

En estos días partió hacia el mundo paralelo Julito Campeoni, quien como masón debe ya haber atravesado el proceso de la resurrección. Julito era de la ciudad de las quenepas y había ido a residir a Cabo Rojo por razones de trabajo. Le llevó Don Miguel Torres, quien era dueño de una fábrica de guantes para uso militar. Julito era el todo de la fábrica y la misma funcionaba como un reloj fino bajo su tutela. Era un hombre de muchos contrastes, servicial como ninguno, muy trabajador, entiendo yo que de muy buen corazón, lo que chocaba gravemente con un carácter chacharero, parlanchín, muchas veces prejuiciado y de juicio acelerado, explosivamente imprudente. La mayoría de las veces sus reacciones eran al descuido. Un día en particular, para allá el 1982 o 1983 hicimos una cacería de pichones aliblancos en el predio norte de las fincas de Davisín Antongeorgie y terminada la tirada coloca la escopeta, descargada (gracias a Dios) sobre la capota del Jeep. Ese día nos acompañaba Otto Chardón, quien desde la prehistoria era amigo de Julito. Otto se aproximó al Jeep y a Julito se le antoja bajar la escopeta de la capota. En el movimiento, como él era una persona de apenas unos cinco pies de estatura, pronuncia un arco con la escopeta y le pega con el cañón en la barbilla a Otto produciéndose una cortada pequeña, pero profunda que comenzó de inmediato a sangrar. Otto estuvo el resto de la mañana observándose el daño en un espejo. Ya entrada la tarde, por razones de logística e impulsados por Eduardo Zapata, entendimos mejor cambiarnos de sitio, por lo que decidimos espuelear las cabalgaduras y dirigirnos a Guánica. Tomamos un atrecho a través de la finca y salimos hacia la Carretera #2. Julito se apresuró a cruzar la carretera y venía esta station wagon Nissan a la que él se le atraviesa y le cierra el paso. Para mí que él ni la vio. El piloto de la Nissan, para evitar un impacto que hubiese resultado del todo fatal, se tira hacia el paseo, el cual estaba lleno de gravilla. La Nissan derrapó y corrió de banda unos doscientos pies, el tipo la enderezó y reasumió magistralmente el control. Otto iba de pasajero con Julito y había que verle la cara cuando mi hermano Albert le ofreció pasarle de carro a carro, obviamente para su beneficio, un rollo completo de papel sanitario. En algún momento oí decir a Otto que a Julito había que quererlo mucho para no matarlo. Con anterioridad a estos hechos, Julito pretendió dirigir la partida de caza en una apertura en el Refugio de Aves de Boquerón. Estuvieron perdidos durante horas, Julito no tenía norte, había nacido sin brújula interna. Albert, en el último minuto asume la dirección y saca al grupo hacia lugar donde al menos se podía hacer unos disparos a los patos y salva marginalmente el día. Julito, no conforme con la perdida se pone a hacer changuerías y se cae del bote al agua. La mojada le produjo una bronquitis que por poco lo mata. En otra cacería de tórtolas se nos antoja ir a parar a Indios, en Guánica. La tórtola estaba metida en unos tocones de caña y necesitaba de un grupo de expertos en cinegética que mantuvieran el razonable control poblacional. Llegamos de madrugada y Julito empieza a dar vueltas con el Jeep y como no encontraba donde estacionarse (había kilómetros de caminos amplios, limpios, cubiertos en gravilla donde cómodamente podía estacionarse), se le antoja meter el Jeep en un parcho lleno de yerba. Se baja de la cabalgadura y a eso de un minuto empieza a gritar, a correr y a dar saltos. En menos tiempo que lo que el diablo se arranca una pestaña se quedó sin pantalones y seguía sacudiéndose algo de encima desesperadamente. Es que se había parado sobre un hormiguero de tampochas, como le dicen en Nicaragua. Los demonios de seis patas parece que se habían puesto de acuerdo para no picarlo hasta arroparle una pierna y alcanzados los cacahuates, todas a la vez, le metieron mano. El asalto formícida le produjo una infección record acompañada de muchos inconvenientes e incomodidades. Yo no sé qué duende intranquilo le hablaba al oído a Julito, el hombre no se podía estar quieto y se pasaba en las cacerías moviendo el vehículo de lado a lado al punto que llegó a pasarle con el Jeep por encima de la escopeta de mi primo Ricky Acarón, a pesar de que todo el mundo le gritaba que no siguiera hacia adelante. No hubo forma, le aplastó la culata a la escopeta. Un día de estos que uno está de suerte, estamos parados en una colindancia él y yo, y Albert estaba un poquito más abajo. Y observo esta bandada de rabiches que van de sur a norte hacia esta lomita en particular. Detrás de la primera viene una segunda y una tercera. Yo descargo la escopeta, salto la verja y empiezo a moverme apresuradamente hacia la lomita. El cruzó por debajo de la verja y venía detrás de mí corriendo como lechón chiquito. Llegamos al tope de la loma donde yo veo esta rabiche que esta parada en una ramita de cariaquillo. Yo me detengo para ver donde estaban las otras cuando con el rabo del ojo veo a Julito que está levantando la escopeta con el ánimo de disparar y le digo: “No dispaaa… ¡BLAAAM!” Del cariaquillo se levantaron cientos de rabiches y se formó el caos. Ya Albert venia alcanzándonos y mantuvimos el tiro por buen rato. Pero a Julito no se le quitaba el desespero y en vez de dejar que la tórtola entrara a tiro pretendía adelantar el disparo. Yo me hago el loco y me le paro al lado y cuando vienen las próximas lo anticipo y le pongo la mano sobre la escopeta. “¿Qué tú haces?” me pregunta con ojos desorbitados. Albert se echa a reír y le contesta: “Controlándote el tiro para aprovechar la cacería” Después el mismo se reía solo del asunto. Pero la mejor historia de todas ocurrió en el Refugio de Aves de Boquerón. Habíamos terminado una tiradita bastante buena cuando a Albert se le ocurre entrar al charco nuestro con el propósito de descansar a la sombra y agenciarnos dos o tres patos mas. Eduardo Zapata y Julito iban en un bote. Albert, Miguel Sepúlveda y yo en otro bote. Entramos al charco y nos posicionamos mirando hacia el oeste, a la sombra del mangle. Usando los pitos seducimos unos tres patos a entrar y se quedaron los tres, en cuestión de unos cinco a seis minutos. No más. Cuando de atrás de nosotros de adentro del mangle una persona hace tres disparos. Me imagino que disparándole a los gallinazos. Los perdigones le pegaron a los botes, bajito, en la banda. Y yo le grito: “Cuidao, que estamos aquí, no tires pa’ acá.” No conforme con eso Julito tenía que rematarle: “Miraaaa, pichón de cabronaaazo, cabronazo de ciéeeenaga, no ves que estamos aquí y que nos vas a dar un tiro” pasaron unos segundos cuando observo con el rabo del ojo que un individuo, para mi muy bien conocido, sale del mangle hacia el charco con escopeta en mano y en una voz templada pregunta: “¿Quién es el que me conoce tan bien que me ha llamado por mi nombre?” Yo miré a Albert y él me dice: “No digas ni ópera y clava el remo.” Miguel con una sonrisita entre media burlona y media nerviosa me dice: “Capitán, dale y no te detengas que esto se puso malo” Eduardo, con cara de cállate, le dice a Julito: “Dale que nos vamos.” Mientras el no desconocido repetía: “¿Quien es el que me conoce tan bien que me ha llamao por mi nombre? ¿Quién es? ¿Quién es el que me llamó por mi nombre? ¿Quién?” La prudencia indicaba que había que poner proa hacia el embarcadero sin mirar hacia atrás y sin intercambiar palabra con el cornudo por admisión. A la verdad que ese mismo carácter de Julito fue lo que provocó el que dejáramos de cazar con él. La prudencia tenía que prevalecer. Julio Quiñones Medina ahora responde a los intereses del Gran Arquitecto, quien lo debe haber destacado en la fabricación de guantes para su ejército de Ángeles, no hay nadie en el universo que le supere en esa ocupación. De vez en cuando deben permitirle hacer unos tiritos a los pichones junto a Don Miguel, quien además de ser su padrino laboral, era su gran amigo.

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