YO SE DE ARMAS
Lcdo. Oscar Acarón
Lcdo. Oscar Acarón
La a destiempo muerte de un menor de edad, reputada a un manejo  inapropiado de un rifle neumático me hizo pensar en la inusual  disciplina aplicada en los campos de tiro. Me refiero al hecho de que la  persona que se sienta increpada por un regaño a tiempo en un campo de  tiro, nunca recibe disculpas del increpante. De molestarse, lo que habrá  de recibir es un peor y más directo regaño. La disciplina en los clubes  de tiro se puede catalogar de implacable. No hay lástima ni desagravio  para el regañado; el ay bendito es inexistente. La seguridad en el  manejo de armas es primera a cualquier otra consideración. Si es  necesario quitarle de las manos un arma a un imprudente, téngase por  seguro que se va a hacer. No importa quien sea, la experiencia que  tenga, o la edad que tenga. Los títulos nobiliarios no cuentan. Es que  bajo la 2da. Enmienda no hay privilegiados y menos bajo este aspecto.  Dícese que hace unos años atrás tres caballeros salieron de caza al  extremo sur de las Américas. La faena dispuesta para la mañana era la  avutarda y el cauquén. Nombres locales para el ganso de Magallanes y los  gansos de cabeza ceniza. Escogido el campo desde temprano, se cavaron  las trincheras y se colocaron los señuelos. La instrucción era esperar  que la avutarda mostrara su tren de aterrizaje antes de proceder a  cosecharlas. Todo se dio como esperado, los tiros fueron a quemarropa y  la gesta cinegética fue provechosa. Terminada la pasada de las aves, los  pateros se aproximaron a los cazadores para hacer el recogido, levantar  el equipo y regresar a la hacienda en busca de  un caliente almuerzo,  un vinito excelente y un descanso apropiado antes de emprender aventura  en la tarde. Dos de los cazadores ya habían certificado que sus armas  estuviesen descargadas, por quinta vez por cierto y procedieron a  enfundarlas. Es que recertificar que un arma esté descargada nunca está  de mas. El tercer cazador estaba algo rezagado y se aproxima al grupo  con su escopeta apuntando al cielo y con su cerrojo visiblemente  cerrado. Uno de sus compañeros adelantados, se le ocurre preguntar:  “¿Esa escopeta, está descargada?” La contestación no se hizo esperar y  como muchacho malcriao contesta: “Yo sé de armas, seguro que está  descargada.” A paso seguido le mete de rabieta el dedo en el gatillo y  hala con manifiesto gesto de incomodo y “ZAAAABLAAAAAMMMMM” Todos los  pateros se quedaron de una pieza, como si se les hubiesen congelado  todas sus partecitas, y en especifico, bien escarchado, su esfínter  anal. Como el preguntón siempre pregunta, la pregunta no se hizo  esperar: “¿Todos están bien?” Ante los gestos y miradas afirmativas  provenientes de los aun sanos, pero silentes cuerpos, el preguntón ahora  les dice: “Pues ahora todos se pueden limpiar. Óyeme, y eso que tu  sabes de armas, ah?”  Moraleja, no existe tal cosa como excesiva  seguridad, ni excesivo cuidado, ni extrema prudencia cuando se trabaja  con mecanismos que en su uso negligente pueden causar daño. Esto aplica a  aviones, motocicletas, botes, arcos, arpones, ballestas, hojas filosas y  armas. Sea cuidadoso, que el accidente no es una casualidad. Viene  anunciado a bocinazos y precedido por el acto negligente. Dios los guie e  ilumine, sea prudente, para que no sea necesario que Dios nos cuide.  Aun no.









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