Saturday, February 26, 2011

Castidad - Lcdo. Oscar Acarón

The wild bunch

CASTIDAD
por el Lcdo. Oscar Acarón

Para allá en el 1988 se había logrado permiso para cazar en esta finca localizada en alguna localidad de la ínsula caribeña. La cantidad de pichones aliblancos que habían invadido el lugar era realmente extraordinaria. Yo me atrevería a decir que los números alcanzaban cinco cifras (recuerden que los cazadores son famosos por su mendacidad, y por favor, no mencionen los pescadores). Era imperiosamente necesaria la participación de varios expertos en cinegética, al efecto de mantener el delicado balance entre especies y ambiente. El problema básico era que el lugar en cuestión había perdido confidencialidad y del coto en cuestión pretendíamos castidad para nuestro beneficio por lo que era crítico evitar que se sumiera en la promiscuidad. La realidad es que no hacían falta visitas foráneas. La unidad pericial sobrepasaba una veintena de hombres por lo que la visita de cualquier advenedizo descalificado, era totalmente conflictiva al propósito ecológico predeterminado. Ante esas circunstancias hubo que hacer un minucioso estudio del Manual Táctico del Príncipe de la Caza, gloriosa obra de la literatura cinegética escrita por El Pirata; Juan E. Mendoza Acarón. Encontramos que en el capitulo X, a la altura de la página 137 el mismo explica en detalle el remedio del “cinturón de castidad”, extremadamente útil para situaciones donde se pretende evitar la penetración vehicular. El predio en cuestión estaba gravado por dos accesos, uno desde el norte y otro desde el sur. El acceso norte estaba bien protegido por un portón en acero de considerable tamaño, el cual daba paso a un camino de silga de un largo de un par de kilómetros. El camino sur era de fácil acceso, un riesgo más que evidente a la promiscuidad. Llegaba hasta la mismísima retaguardia del predio que precisábamos fidelidad. A unos tres mil y tantos metros de la colindancia del sur, en la servidumbre de acceso, existía un puente, al cual se le adelantaban unos postes precisamente donde la servidumbre era atravesada perpendicularmente por un canal de descarga pluvial que pretende mantener un valle libre de inundaciones. Se consiguió un cable de acero, de más de media pulgada de grueso al cual se le hicieron un par de orejas con abrazaderas y cuidadosamente se remacharon las roscas, de tal manera de que no se pudiesen abrir con las herramientas que típicamente están disponibles en los autos. Ahora la cosa era cuando llevar el cinturón, digo, el cable a los postes señalados y por quien, no sin antes llamar a la aseguradora y comprar unos seguritos de sombrilla, con cubierta extendida, al efecto de proteger madres de un arrope inesperado de estiércol. A minutos del oscurecer, un SR5 se dirigía solitario, balístico, respirando fuego, de sur a norte, por el acceso sur al predio. La columna de polvo y gravilla se levantaba detrás unos cuarenta pies de altura sobre el suelo. La prisa era evidente. El arrojado jinete hace un viraje de noventa grados y derrapando sobre la gravilla queda estacionado. Raudos y decididos se desmontan dos de la cabalgadura, e inmediatamente fijan el cable a los postes con dos recios candados. Todo iba muy bien, pero cuando más seguro uno se encuentra no falta el metiche que puede poner a riesgo la operación. ¡Sorpresa! De una de las servidumbres perpendiculares llega este Jeep CJ5 con dos a bordo; Luis y Tetelo. “Ahh, ¿pero qué ustedes hacen, como van a clausurar la servidumbre? Nosotros pretendemos llegar a la colindancia en la madrugada.” Inmediatamente el llanero, perdón, el jinete del SR5 se mete la mano al bolsillo, y con una amplia sonrisa le dice a Luis: “No te preocupes, aquí tienes una llave. Nos vemos y suerte mañana.” A eso de la doce y unos minutos de la madrugada, la unidad de control ecológico entra en el coto de caza y se queda durmiendo como hasta las cuatro, cuando se comienza a escuchar en la lejanía el movimiento de una caravana que pretendía una invasión por el sur. Entonces se detienen y unos minutos más tarde se escucha una algarabía a lo lejos. Parecía que muchos estaban envueltos en una discusión. En la servidumbre se formó la del rosario de la aurora. Los autos llegaron allí en tropel y cuando el primero alcanza a ver el cable clausurando el camino, clavó los frenos de golpe, quedando la caravana de rabos juntos con cabezas. Cuando los custodios de la llave llegaron, poco faltaba para un motín. Las quejas y las maldiciones hacían horizonte, los benditos Santos se tuvieron que anclar a las nubes para no caer al suelo. Luis y Tetelo se hicieron los bobos, se mordieron la sin hueso y de sus bocas no salía un suspiro. A esa hora, y entre el encorajonamiento que invadía el aire, una lengua inerte era más que prudente. Era mejor el silencio que intentar anunciar la tenencia de la llave. Así que la estrategia funcionó. Durante toda la mañana la castidad de la colindancia sur del coto se mantuvo incólume. Luis, Tetelo y otros pocos, entre los que se dice estaba Edwincito Domínguez se colaron luego de que los postergados se retiraron sin hacer un tirito. No cruzaron la colindancia, por lo que la finca se mantuvo fiel y casta. Días más lueguito, Luis y Tetelo se encontraron con el atrevido jinete del SR5, el cual los saludó con la sonrisa del gato que se acaba de comer al canario. Se sonrieron y movían su cabeza de lado a lado, como el que dice que no en sentido de incredulidad; no había necesidad de intercambiar palabras, todo quedaba dicho. De haber lucido la llave, los cocinan en aceite. No tenemos dudas, el Pirata sabía y sus alumnos eran buenos estudiantes. Bien lo dijo Edwincito Domínguez esa madrugada, “Si yo no supiera que Juaniquín no está cazando, yo diría que esto es obra del Pirata. A nadie más se le ocurriría. Esto son cosas de el…” eran cosas del Pirata, por la mano de sus alumnos…Edwin sabe.

®DERECHOS RESERVADOS

RSS Digg Twitter StumbleUpon Delicious Technorati

0 comments:

Post a Comment