El Clásico
por el Lcdo. Oscar Acarón
por el Lcdo. Oscar Acarón
A la verdad que no tengo idea de a donde a uno le viene este amor por las armas, el tiro y la caza pero alguna conexión atávica tiene que tener, es cosa que fluye de la sangre y probablemente se remonta atrás en el tiempo, de manera tal que sus raíces más profundas están ancladas en la prehistoria. Tengo que admitir que con los años, para mí, lo único que ha cambiado, es que a diferencia de en mi juventud, ahora duermo casi toda la noche antes de una apertura de caza, cuando antes la pasaba desvelado, en la expectativa de llegar al campo y tener el privilegio de otro amanecer lleno de emociones. Como era costumbre ya, Albert y yo teníamos todo planeado y decidimos entrar al Refugio de Boquerón algunas “docenitas” de minutos antes de las 12:01 AM, pues, con el obvio propósito de robarnos la salida. Nos acompañaron en esta aventura Julio Quiñones, Eduardo Zapata y Robert Sepúlveda. Tiramos los botes por la Laguna Rincón, pasamos frente al muelle de la Policía y tomamos ruta a través del canal de descarga del lado norte del Refugio. Si bien recuerdo, esto mucho antes de que nos salieran canas. Navegamos unos cientos de metros a través del canal y ya en un lugar previamente señalado, nos detuvimos, para entonces cruzar los botes sobre el camino que cercaba el Refugio y penetramos al área de caza. Navegamos entre los placeres algo más y localizado nuestro lugar, amarramos los botes para tomar un descanso y esperar las claras. Como a eso de las cuatro de la madrugada, entre dormido y despierto, escucho que del oeste se aproxima una embarcación a motor. Albert, siempre perspicaz, me dice: “Eso tiene que ser el Chivo”. Ya cuando se encuentran más cerca de nosotros, efectivamente, pudimos apreciar que se trataba de Chivito (la autoridad máxima en cinegética de Puerto Rico) acompañado de otra leyenda viviente, el Che Guevara. Traían en proa un labrador amarillo, jovencito, para estrenarle en las artes de la caza. El perro se veía ávido, abanicando el aire de la madrugada con su cola, contento y dispuesto. En eso, observamos que se están arrimando a un árbol de mangle blanco y Chivito dice: “Este es el sitio, aguántate que me voy a trepar”. Chivito siempre ha tenido esta loca costumbre de cazar sobre la copa de los árboles, en las que construye su puesto de caza colocando un panel de madera a una docena de pies sobre el agua. Comienza a escalar el árbol y ya cuando está al tope, pone el pie para afincarse y sorpresivamente, encontrando que algo falta, estrepitosamente cae al agua. Aun debajo del agua se podían escuchar las maldiciones. Ya cuando emergió los santos venían bajando en paracaídas, uno por uno, por el almanaque. Alguien había removido el dichoso panel y cuando se trató de parar, cayó del árbol al agua. “Esto tienen que haber sido los de Llanadas” sentenció, mientras soltaba unos pocos sapos y culebras más de su boca. Ya se encontraban en el Refugio un par de docenas de cazadores y en el silencio de la madrugada, no había uno que no se le escuchara riéndose a carcajadas. Cuando de a unas doscientas yardas al sureste se oye una voz: “¡Oye Chivo!” “¿Quién car%^$#* es?” contesta Chivito. “Es Robert, el de Llanadas” y Chivito responde: “Que bueno ah, me rompieron el “blind””. Y la misma voz le contesta: “Eso fue el gringo” “¿Qué cara$%^& de gringo?” contesta furibundo el Chivo. Y le responden: “El que te lo_________ sábado y te lo_____ domingo” (aquí van a tener que usar su imaginación, por supuesto). No quedó un alma dentro del refugio que contuviera una risotada, a mi me parece que con el alboroto los patos fueron a tener a Vieques, cuando se oye la voz del Chivo que dice: “¿Quién me habrá mandao’ a preguntar?” Hasta el Che se estaba riendo. Yo no creo que de los que estuvieron allí esa madrugada, haya alguien que olvidara de este incidente más que anecdótico, de hecho, esta historia de caza ha sido recontada tantas veces que se le conoce como “El Clásico”… ¡Hasta la próxima!
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