Fe ciega
por el Lcdo. Oscar Acarón
por el Lcdo. Oscar Acarón
Oí decir al mejor gallero de Mayagüez, Jean Pagán que ningún cabezón podía ser un gallo fino. En el mundo de los gallos de pelea, tal apreciación, es una verdad escrita en piedra. El gallo de pelea descendiente de las mejores líneas inglesas,y que luego gravita hasta Jerez de la Frontera, España, luego que se descresta, virtualmente se queda sin cara; termina con un semblante aguzado. Este día había salido temprano y Oscalín hizo una parada en casa para recogerme, salir hacia el campo y darles un vistazo a los gallos. Entro al gallerín y encuentro este pájaro nuevo, de color cenizo. Tenía la cabeza del tamaño de un tiesto y el rabo parado, en dirección hacia las estrellas. Mmm, este no puede ser un gallo fino, pienso, y le pregunto a mi padre: “¿Y este cabezón, de donde salió?” “Ese es el gallo bueno del Dr. Alemañy” me dice. “A lo mejor sería un buen peleador, pero eso no parece un gallo fino, es muy cabezón” le contesto. “Bueno, eso lo enviaron para que se caste de él. Quieren doscientos pollos.” Ante la situación, me muerdo la lengua y me voy pensando en que el condenado pajarraco sería el mejor combatiente del mundo, pero con esa cara, que ni encogiéndola la podíamos encajar en un billete de cien, no podía ser ni un cuarto de sangre. Oscalín castó unos doscientos cincuenta pollos de aquel avestruz y si hubiese castado doscientos cincuenta y uno, doscientos cincuenta y uno hubiesen abandonado el combate. El condenado cabezón no tenia ascendencia, era un manilo, un gallo sin clase. Eso mismo trasmitió a su progenie. Cuando yo entendía que se había acabado la pesadilla (el Doctor se llevó casi doscientos y el mejor de todos ellos por poco quiebra a Mayagüez en su última pelea, cuando sin un golpe abandonó el combate) a Oscalín se le antoja preparar uno de ellos que había quedado, porque a su juicio, era el mejor de todos y era imposible que se huyeran todos. A esto yo le llamo fe ciega. Yo me negué a mover una uña para entrenar al dichoso ejemplar. Para mí era tan cobarde como el resto de sus hermanos. Ya cuando estuvo de buena condición para el combate, se empeñó en llevárselo a una buena jugada que había en la Gallera Cofresí de Cabo Rojo y luego de que se trabaron varias peleas, el se encargó de encontrar rival al gallo en controversia. En esa época los gallos peleaban con espuelas artesanales manufacturadas de espuelas naturales de gallo. Hoy en día pelean con espuelas de plástico que son aun más letales que las mejores espuelas artesanales. La ventaja con las espuelas artesanales dependía de la calidad del material base y del arte en hacerlas. Las espuelas de mayor calidad llegaron a un valor de hasta cuatrocientos dólares, por un par. Las de plástico liquidaron dicho comercio de espuelas, al bajar el costo a cinco dólares. Cuando llaman para armar los gallos, mi hermano Albert, con cara de preocupación, me pregunta:” ¿Y ahora qué hacemos con este manilo? Tú y yo sabemos que si no gana en los primeros tiros, este va a hacer igualito que todos sus hermanos. De que se huye se huye.” “Bueno, aquí yo traje este par de rifles que entre dos buenos hermanos, valen cuatrocientas estacas. Si tira una buena, a lo mejor no pasamos un bochorno y la sacamos.” Dicho y hecho. Le calzamos aquel par de tacones altos y a Dios que nos proteja y nos reparta suerte. Salen los gallos a pelear y el nuestro lleva al contrario de nueve ceros. Le ha dado esta paliza en un par de minutos que ni el Dr. Frankestein lo hubiese podido reparar. ¡Ay!… De golpe y porrazo el nuestro se detiene en el combate y decide abandonar al contrario y se va caminando lentamente por la orilla del vallín. Se detiene frente a Sixto, el esposo de Nelly Lugo, dueña de la gallera. Miraba a Sixto con ojitos de carnero degollado y al parecer con este ánimo de recógeme, por favor. En ese momento yo estaba pegándole cariñosamente con el codo en las costillas a Oscalín y le decía: “Ahí va tu ejemplar estrella, va huyendo como ladrón en la noche.” No me contestaba. El reloj de cuenta iba avanzando y los gallos separados los alcanza el minuto reglamentario. “Hay que probarlos” dice Pagán, el juez de valla. Pagán era muy amigo de mi padre y tomando en sus manos el gallo de prueba se lo presenta al gallo contrario, el cual estaba de pie, pero hecho piezas. El gallo de prueba lo carga con furia, pero no se mueve para nada; los golpes lo tenían sordo, ciego y mudo. Total lo importante era que no abandonara el combate y en su condición allí se quedó. Luego Pagán, con mucho sigilo le entrega el gallo de prueba a Sixto y recoge al nuestro del suelo. Con mucho cariño le acomoda las alas, le soba la cabeza y aguantándolo en una mano con la otra toma el gallo de prueba enfrentándolos en el piso. En un ademán que requiere la destreza de un mago, al colocarlos en el piso le pellizca el fondillo al nuestro. Al parecer eso lo motivó lo suficiente como para hacer gesto de picar al gallo de prueba. “Tablas” pronuncia Pagán y antes de que el nuestro saliera corriendo lo levanta del suelo y se lo entrega a Oscalín quien sin mirar a nadie lo sacó del redondel, más rápido que ligero, para evitar los comentarios de los presentes. Nada, que del que no tiene trascendencia, nada se puede esperar. Así pasa con los humanos, cuando no tienen trascendencia, de ellos, nada se puede esperar. Pueden que tengan madre de buena línea y un padre cobarde, o viceversa. Total, ¿Qué tenemos? Pues eso mismo, un media sangre. Nuestro entorno político y jurídico está lleno de medias sangres. De personas en las cuales el miedo a la libertad les quiebra los huesitos. Antes de que les arrimen un golpe se huyen solitos, sin que nadie les pegue. Son tan cobardes que aun siendo abogados reniegan de sus derechos adquiridos y para colmo te dicen que esos derechos no los puedes tener, que es peligroso que te concedan esos derechos. Es tan inconcebible la situación, que aun habido siendo educados en derecho, no tienen voluntad y postulan ante el tribunal y asesoran y legislan al efecto de que esos derechos no se pueden reconocer. No quieren reclamar intimidad, no quieren privacidad. Cobardes, media sangre, huyones. Lo peor del asunto es que la ciudadanía ha puesto su fe ciega en estos mal castaos que son incapaces de ganar por nosotros una pelea. Somos responsables de que ello sea así; no hemos tenido el cuidado de evitar que en el gallerín se nos cuele un cabezón media sangre. Hay que escoger mejor nuestros gallos, porque si no, la fe ciega nos va a conducir al fracaso. Nunca es tarde si la dicha es buena. Hay que refinar la casta, olvídate de cabezones, que para alcanzar la felicidad, proteger tu libertad y tus derechos, necesitas gallos finos.
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