No tengo una soberana idea de qué edad teníamos, pero sí recuerdo bien que ya teníamos bigotes y patillas, quizás no de un vello tan recio como el que cargamos ahora. Definitivamente en ocasiones pienso que hubiese sido de mayor beneficio haber crecido como nalga de pichón que no dentro del poder del gorila. Este negocio de afeitarse es torturante; por eso ahora tengo barba, y sí, no me lo recuerden, en la cabeza me quedan tres pelos. En esos días Buddy Carlo y Juaniquín Mendoza habían salido a realizar un viaje y de retorno habían traído no una, sino tres escopetas Remington 3200. Estaban acabaditas de sacar del horno, todavía echando humo. Eran lo último de los muñequitos, una recreación moderna de la venerable Remington modelo 32. La madera tenía tanta figura como una tabla de pichipén. El asunto es que una de las escopetas era para Robert y la otra para Ricky Ramírez. La tercera no le habían puesto nombre y realmente no recuerdo si fue con ella con la que Miguel se hizo un campeón, con su peculiar estilo de “snap shooting”, o si fue con la que Robert comenzó, antes de que Buddy le comprara una Krieghoff 32, con cuatro juegos de cañones. A lo mejor Luisin lo recuerda. La cosa es que Robert se aparece por casa y venía con la idea de ir a la pista (Buddy tenía una pista privada de aviones en la finca de Las Delicias) a dispararle a los platillos. Había juguetes nuevos y tenían que por obligación probarse. Se había comprado una máquina manual Outers para tirar platillos y recogió a la ganga para ir a dispararle a los pichones de arcilla(todavía no existía el campo de tiro que luego ellos construyeron en el lado este de la pista). Llegamos allí todos empaquetados en el mismo vehículo y nos posicionamos al lado oeste de la pista, en unas lomitas donde se podía ocultar la máquina, de tal manera que los platillos salieran por encima de una de las lomitas. Estábamos gozando con el asunto más que un perro con dos rabos cuando de repente se rompe la maquinita. Aquel engendro mecánico era fragilito y se le ocurre expirar repentinamente. Nos arremolinamos alrededor del trasto inútil casi con lágrimas en los ojos y todavía la tarde era muy joven para un velorio. Robert me mira y me pregunta: “¿Qué tu crees Rasco, la podremos arreglar?” Luego de examinar el miserable aparato por un par de minutos, le contesto: “A mí me parece que sí, aquí lo que se rompió es este asunto de gancho con rosca y a lo mejor lo encontramos en el montón de chucherías que Gaspar tiene en la ferretería. Dejamos al resto de la comparsa en la pista y arrancamos pa’ la ferretería de Gaspar Irizarry. No tuvimos que hacer un gran reguerete buscando, no nos tardamos cinco minutos para encontrar un sustituto al gancho roto. De una vez compramos unas arandelas y una mariposa para sustituir una tuerca que promocionaba el ajuste y la tensión del resorte. Hicimos un junte de un par de pesos, le pagamos a Gaspar, un 180 y de vuelta a la finca. Nos tardamos unos treinta minutos en total para retornar. Le aplicamos las artes de la resurrección a la maquinita, un cantazo con el desfibrilador y su corazoncito comenzó a latir. A lanzar platillos se ha dicho. Las 3200s estaban que echaban candela, pero no hubo clemencia para con ellas hasta que sacrificamos al último pichoncito de arcilla. Luego de finalizada la faena, cuando estamos desmontando las escopetas para echarlas al vehículo, Robert me mira y me dice: “Carajo Rasco, a la verdad que nosotros somos impostergables”...Actitud que nos quedó para toda una vida.
A mi amigo y hermano Roberto E. Carlo Mendoza
Hay ciudadanos que llegan a este mundo cada cierta cantidad de décadas y forman parte de una casta especial que nos allegan esperanzas cuando consideramos que vivimos ante una sociedad convulsionada por la injusticia.
PR Armed Citizen
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